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Había una vez un héroe

Había una vez un héroe —Gracias por la papita, mi don —dijo Juan Dulce al dueño del restaurante cuando en una bolsa plástica le entregó los sobrados del día. Pulgar arriba. Sonrisa abierta. —Listo, pero ábrase de aquí —respondió el otro tronando los dedos. Juan rondaba por el barrio La Violeta. Escarbando basura. Escogiendo material reciclable. No era difícil. Perros destrozaban las bolsas y esparcían desechos por la calle. Edificios de paredes sucias; restaurantes de corrientazo, puestos callejeros de bocados brillantes y resbalosos; inquilinatos de paga diario; jíbaros con  mercancía para todo bolsillo; callejeras en lentejuelas y chulos de pistola en cinto. Noches de popurrí musical a tope en cada esquina. Zoológico de especies decadentes.  —¡Juancho! —el llamado seguido de un chiflido —. Venga, échemele ojo a las naves, voy a cagar —dijo uno de los hombres que cuidaba vehículos parqueados a cambio de monedas. —Si alguno sale, cojo pa’ mí el pago —advirtió Juan. —Hágale. Juan, con e